martes, 23 de noviembre de 2010

Jueves literarios

Dentro del ciclo “Leer, viajar, escribir..." de la Casa Refugio Citlaltépetl, conversaré este próximo jueves sobre:

El viaje estático y los clastronautas
(los viajeros entre cuatro paredes)


Jueves 25 de noviembre, 2010.
19:30 hrs.
Entrada libre.
http://www.casarefugio.com/programa/juevesliterarios.html


La roulotte de Raymond Roussel,
con la que viajaba sin poner un pie fuera de ella.


La cita es en:
Citlaltépetl No. 25
entre Ámsterdam y Campeche
Colonia Hipódromo Condesa
06170 Delegación Cuauhtémoc
México, D.F.

Las experiencias del viaje y de la literatura son muy cercanas, y al buscar en "otra parte" se reúnen esas dos actividades. Este ciclo presentará las posturas de escritores que analizarán las relaciones entre la literatura y el viaje.

sábado, 6 de noviembre de 2010

El llano de las avestruces (o variaciones sobre el mismo tema)

Primero fue un dedo en el buró,
un dedo huérfano
al apagar la lámpara de noche;
después la oreja que colgaba
como un pendiente macabro
de tu lóbulo;
más tarde eran cabezas,
cabezas rodando en el boliche
insospechado del pasillo,
cabezas servidas en bandeja
con todo y jugo de naranja,
cabezas tras la puerta no cerrada
de una frase.

Debíamos continuar, fingimos
que no estaba la lengua
envuelta en el periódico,
que las manchas de las sábanas
no eran mensajes con faltas de ortografía,
que no había un cuerpo en la cajuela
tras las bolsas del súper.
(En los actos oficiales se citaba
sorprendentemente a Kawabata:
“Cualquier clase de inhumanidad
se convierte, con el tiempo, en humana.”)

Fue entonces que empezamos a perder
la cabeza:
niños jugando con muñecos sin cabeza,
plazas llenas de estatuas sin cabeza,
edificios sin cabeza, árboles sin cabeza,
moscas volando sin cabeza, cabezas sin cabeza.
(El lápiz con que escribo se quedó también
sin cabeza.)

Y ahora, mientras quiero girar
mi falta de cabeza,
veo que alrededor todos esconden
bajo tierra la cabeza.


Salta a: Nuestra aparente rendición.

martes, 26 de octubre de 2010

Caja Negra //// Poemas de la vida cotidiana


Poemas de la vida cotidiana


Laboratorio de poesía en el PEC

(Programa de Escritura Creativa del Claustro de Sor Juana)

A partir de acercamientos como el de “lo infraordinario” de Georges Perec y la “revolución de la vida cotidiana” de la Internacional Situacionista, buscaremos ampliar el espectro de “lo poético” hacia zonas se diría más prosaicas (o menos consagradas por la tradición), de modo que el material del poema sea el entorno inmediato, lo familiar y sin embargo extraño.


No hace ver nada extraordinario. Ya es mucho lo que se ve. (Robert Walser)

Que la imaginación poética ponga al menos un pie en la tierra en donde se impulse para saltar. (Frank O'Hara)


Imparte: Luigi Amara
Martes de 6 a 8pm
Inicia: 9 de noviembre de 2010

Programa de Escritura Creativa
Universidad del Claustro de Sor Juana


Informes:
escrituraclaustro@gmail.com
Tel. 51303300 Ext. 3461, 3310 y 3311
http://escrituraclaustro.blogspot.com/

lunes, 18 de octubre de 2010

Nicolás Gómez Dávila o el antimoderno recalcitrante


En contraste con el revuelo que despertó en Italia y Alemania, donde filósofos y escritores de la talla de Ernst Jünger, Roberto Calasso y Franco Volpi lo dieron a conocer, la obra de Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) es prácticamente desconocida en el orbe hispanoamericano, y aun en Colombia, su país natal, apenas cuenta con unos pocos adeptos, lo cual no es de extrañar dado el talante aristocrático y radical de su pensamiento. Más que un “raro”, cabría decir que es un escritor “impar”, un intempestivo, un reaccionario exquisito, incómodo hasta lo urticante, que algunos han tenido la desmesura de apodar “el Nietzsche de los Andes”.

La obra de Gómez Dávila es en realidad un mismo libro sostenido por largo tiempo bajo títulos ligeramente diferentes. En 1977 dio a la imprenta Escolios a un texto implícito, al que siguieron otros de intención y factura análoga (que él mismo calificó de “concéntricos”): Nuevos escolios a un texto implícito y Sucesivos escolios a un texto implícito. Compuestos de notas breves y en apariencia fugitivas, que admiten el nombre de “aforismos” o “fragmentos”, se trata de libros provocadores y salvajemente antimodernos que, gracias a un método “puntillista” de escritura, combinan lo inflexible con lo vacilante, lo dogmático con el descreimiento. (“Las verdades no se contradicen sino cuando se desordenan.”)

Convencido de que vivimos en una época en la que ya “no hay por quien luchar, solamente contra quien”, Gómez Dávila dirige toda su virulencia crítica, todo su apasionado escepticismo, contra los ídolos que aún permanecen de pie, contra los dogmas jamás reconocidos como tales: la democracia —esa “religión antropoteísta”—, la igualdad, la confianza en la perfectibilidad del hombre, la técnica, el progreso. Es un reaccionario, desde luego, pero de ese tipo lúcido y rabioso que pondría a temblar a los conservadores de toda laya, pues ha dejado de creer que haya cosas que merezcan la pena de ser conservadas.

Su estilo es a la vez sencillo y elíptico, y su abstracción casi nunca pierde de vista lo sensorial. Alguna vez Álvaro Mutis dijo de él que no conocía antecedente en castellano “de una más transparente y hermosa eficacia”. Está más cerca de Pascal que de Chamfort, y más de Nietzsche que de Schopenhauer, y si bien comparte con Cioran y con Caraco cierto timbre de intransigencia y desencanto, su lucidez no deriva de la desesperación ni la amargura, sino que tiene la insolencia de los filósofos del linaje socrático, que sabían hundir el dedo en la llaga por medio de preguntas incómodas que denotaban un pensamiento insobornable. Su pesimismo, su escasa fe en el hombre y ya ni se diga en “el pueblo”, están tan bien afincados que incluso sus dudas y cuestionamientos resuenan con un dejo perentorio. Domina el arte de irritar, pero su impertinencia es abierta, franca, llena de buen ánimo. El hecho de que su pensamiento se sepa de antemano fuera de lugar, condenado a la herejía, lo hace menos propenso al énfasis retórico. No cede, no se resigna, pero en el fondo no deja de sonreír provocativamente. Tal vez lo que más enerva de sus escritos es percibir esa extraña, inaceptable sonrisa del que nos hace ver que ya nada tiene remedio.

La autonomía del aforismo exige que el lector no eche de menos la argumentación; que se sostenga en cuanto destello. Tal y como lo practica Gómez Dávila, sin embargo, se presenta como la aclaración o contrapunto de otro texto mayor al que interpela o con el cual conversa (“escolio” significa literalmente “comentario”), un texto que, para acentuar la paradoja, no está allí, frente a nosotros, sino que permanece “implícito”. De manera que nos encontramos ante una colección de apuntes que, sin renegar de su condición parasitaria, se han independizado de su origen para vibrar solos sobre la página, pero además con el enigma de que ese pretexto y origen no está a la vista, sino que más bien se da por sentado y deliberadamente se omite. ¿Ese “texto implícito” será la tradición occidental, la suma de todos los libros, la gran biblioteca borgeana? ¿Será quizá, como sugiere Franco Volpi, “la obra ideal, perfecta, tan sólo imaginada, en la que se prolongan y se cumplen las proposiciones de don Nicolás”? Sospecho que responder a estas preguntas es menos importante que reconocer el ethos de marginalidad que rige su escritura, un compromiso con las orillas que lo mismo significa humildad y afán de exégesis que distancia crítica. La discreción de la nota es aquí una conquista de la libertad de pensamiento; lo transitorio del apunte refleja su resistencia a los grandes relatos. Esa escritura al margen comporta, en cualquier caso, cierto pudor ante los edificios teóricos y las ideologías; un impulso instintivo por estar siempre lo más cerca del silencio. (“En filosofía lo que no sea fragmento es estafa.”)

Como sería de esperarse en alguien que defiende los privilegios de una aristocracia de la inteligencia, Gómez Dávila fustiga con especial encono las ideas políticas de raigambre marxista, pero no se arredra frente a la herencia de la tradición liberal y democrática, esa tradición gestada en el Iluminismo que hoy se considera inamovible, más allá de toda duda, aun cuando día a día sea puesta en entredicho por la barbarie general y la miseria misma de los tiempos. Desde una posición insostenible, escandalosa, pero a su manera elegante, que se asume como derrotada sin dejar por ello de ejercer su vigilancia y sospecha, Gómez Dávila supo perforar, con la insistencia y soledad de la carcoma, los pilares sacrosantos de la sensibilidad moderna. Si sería exagerado afirmar que sus escritos son demoledores, habrá que reconocer que punzan, sacan de quicio, se clavan como aguijones de ironía y exactitud. Ello explica tal vez el desdén que ha merecido su obra, una obra genial, crítica, exasperante, no apta para conformistas y pusilánimes, anatema para los papagayos de los valores democráticos, que ya en su oportunidad Álvaro Mutis saludó como “obra prima del pensamiento occidental”.


Publicado originalmente en la página web de Letras Libres.

Los aforismos completos de Gómez Dávila están publicados por Villegas Editores (Colombia) y por Atalanta (España), sello que además ha reimpreso Textos.

domingo, 15 de agosto de 2010

Viejos héroes

Como dioses caídos
que han de vivir de pie
contemplando su ruina,
olvidados y expuestos al desprecio
de la lluvia y los hombres,
en medio del escándalo de un viernes,
humillados sin duda, ya deformes,
gritan los viejos héroes
desde la impotencia de la estatua.

La nariz se ha perdido,
las flores que reciben son orines
de sus perros devotos;
de aquella mano que quizá saludaba
asoma sólo el esqueleto,
un fierro viejo del que cuelga a veces
el trapo inmundo de los limpiacoches.

Se ha borrado el recuerdo
y el brillo de sus ojos rotos.
Perduran entre el tizne,
gastados y sin nombre,
enmoheciendo.
Y en su frente gallarda se destaca,
ya no el laurel,
la caca auspiciosa de paloma.




lunes, 26 de julio de 2010

Perdidos después de "Lost"

Es por miedo a que la conversación decaiga. Por ese malestar, con frecuencia parecido al pánico, que se produce cuando un hueco de silencio crece hasta convertirse en un abismo, una fractura en medio de lo que hasta entonces parecía bien plantado y estable. A pesar de que tal vez bastaría cualquier gracejada para salir al paso, la falta de palabras nos mortifica y desorienta, nos hace trastabillar; de pronto todos los presentes nos hemos puesto pálidos, desencajados y, lo más alarmante, sin un tema salvador bajo la manga, como si cada quien estuviera contemplando en sus adentros la posibilidad de arrojarse por la ventana. No es un ángel ni un fantasma lo que cruza cuando todos permanecemos callados: es el escalofrío funeral de cuando ya no nos queden palabras en la boca.

La televisión, más que un artefacto para pasar el rato, más que una caja de publicidad o un simulador de compañía, es un esfuerzo gigantesco para que la conversación no decaiga. Hablar de lo que se ha visto por televisión, casi constatar que los otros han pasado la tarde viendo los mismos programas, en eso radica su “magia”. No en las horas lánguidas y un tanto anticlimáticas que pasamos absorbidos por el sofá, no en el fastidio de baja intensidad saltando de un canal a otro en busca de un escape duradero, sino en la estela de referentes compartidos, en la creación de una comunidad frente a la fogata gélida del horario estelar. Si hubo un tiempo en que los hombres se reunían para contarse historias alrededor del fuego, si alguna vez acostumbraron discutir los asuntos de la polis en la plaza pública, hoy nos reunimos para comentar el último capítulo de Lost. Incluso es probable que la narrativa incoherente y disparatada de ésta y otras series recientes, llenas de cabos sueltos y elementos sobrenaturales, osos polares en la jungla o fantasmas asesinos, haya sido dictada por cierta sed especulativa innata en el ser humano, una sed que, por encima de todo, precisa de una buena provisión de pistas, de rastros por seguir en tribu, aunque a la larga no conduzcan a nada. Mientras más enrevesada o inconexa y tal vez arbitraria sea la historia, más tela de donde cortar durante la sobremesa. —¿Y la verosimilitud? —Una superstición anticuada.

Laura Palmer, de Twin Peaks.

Recuerdo que en los años noventa llegó a ser un éxito arrollador la pizza “Twin Peaks”, bautizada en honor de la serie pionera de David Lynch. No estoy seguro de que incluyera ingredientes especiales —setas del bosque donde supuestamente se encontró el cadáver de Laura Palmer—, pero como nadie estaba dispuesto a perdérsela un instante preparando un maldito sándwich, las entregas a domicilio alcanzaron su apogeo. Los únicos que no comentaban al día siguiente los pormenores del capítulo eran los repartidores de pizza. Y, bueno, yo. Cualquiera sabe lo que se siente estar marginado de la conversación, sin referentes comunes, la mente como un kleenex que distraídamente estrujamos con la mano, esclavos de esa sonrisa idiota del que se ha quedado sin sarcasmos. En mi caso, sin embargo, nunca había sentido la exclusión de forma tan abrumadora como cuando todos mis amigos y enemigos, mi novia y mis ex novias, se habían mudado imaginariamente a ese pueblo maderero en la frontera entre Estados Unidos y Canadá. Entonces descubrí lo que es oír hablar de la mano de dios de Maradona y creer que está pintada en la Capilla Sixtina, el bochorno de enfrascarse en un debate sobre el color de los ojos de Madame Bovary y preguntar si usaba pupilentes. Aunque ya no tengo forma de reproducirla, todavía conservo la caja de videocasetes VHS con la serie completa de Twin Peaks que compré para ponerme al corriente y no vivir como un afásico televisivo, como un pálido ausente conversacional.

Quizá porque las salas de cine están demasiado vacías para garantizar un suelo firme común, o porque hablar de libros o de obras de arte suele deparar una experiencia sobrecogedora de solipsismo, la televisión, lo que pasa y está sancionado por ella (partidos de futbol, aviones cayendo sobre edificios, series interminables y disparatadas), ocupa el sitio de lo que antes llamábamos, quizá un tanto pomposamente, la cultura. A nivel formativo, la lógica unidireccional de la tele, que apenas admite réplicas —y que tal vez por ello pone constantemente en escena discusiones y diálogos—, se compensa con las mesas redondas improvisadas que a cada momento se forman en el café de la esquina o en el receso para fumar. Allí es donde la televisión se socializa y cobra todo su sentido como algo más que “mero entretenimiento”. Allí es donde las ocho horas vagamente culpables frente a la pantalla adquieren más importancia que cualquier experiencia vivida, donde toda una adolescencia patética y solitaria se redime a la hora de citar sin un parpadeo a los guionistas de el programa piloto de Friends.

Hace unos años, eran muy pocos los que se atrevían a ensalzar la estatura artística de las telenovelas, pero hoy es de lo más frecuente defender que las series de televisión, de Six Feet Under a Lost, y de The Wire a Flashforward, son los artificios más complejos y refinados que ha dado la civilización en los últimos tiempos, o que por lo menos son “el mejor cine” que se está haciendo hoy (que Carlos Monsiváis se estremeciera ante una telenovela como El maleficio es comprensible y hasta cierto punto obligado, en vista del personaje que construyó de sí mismo, pero que Javier Marías, cinéfilo de la vieja guardia y escritor todavía a máquina compare Los Soprano con la Comedia humana es, por decir lo menos, sumamente revelador). Incluso he llegado a escuchar que si Mozart y Lorenzo da Ponte hubieran vivido en esta época no habrían compuesto óperas sino series para el canal de Sony. La exageración vale precisamente en cuanto impide que la conversación decaiga, pero es muy poco probable que, dentro de doscientos años, cuando todas las salas de ópera hayan sido demolidas y la televisión por hologramas haya casi sustituido al acto de soñar, el Dr. House sea más recordado que, por ejemplo, Don Giovanni. Ni siquiera creo que Tony Soprano vaya a tener mayor peso ontológico que Don Corleone, mayor contextura simbólica o fuerza iconográfica. Formalmente, en términos de montaje, concepción artística, fotografía, actuación, etcétera, y ya no se diga en la cauda de asociaciones y recuerdos que ha dejado en mi cabeza, El padrino me parece muy superior a su descendiente televisivo.

Ya sé que esto último puede sonar a cosa de la edad, a una trampa de la nostalgia; pero quizá solo haya una cosa que envejezca más rápido que el periódico de ayer, y ese algo son las series de televisión, demasiado ancladas a un momento determinado, a esas “temporadas” en las que todos hablan de ellas. ¿Qué sería de una serie sin el eco de comentarios e hipótesis, sin los foros de discusión y los finales paralelos y conjeturales que estruendosamente genera? El hecho de que las series sean concebidas en entregas es crucial no sólo desde el punto de vista de su estructura y comercialización, sino de su riqueza semántica, pues la expectativa compartida y el asedio a un misterio común es lo que les insufla cierta vida. Si en la trama hay un enigma, lo decisivo es que lo hayamos presenciado simultáneamente; así discutiremos hasta el fin de los tiempos (es decir, hasta el decepcionante desenlace), cómo diablos pudo ocurrir, quién fue el asesino. Discrepo de que se hable de los programas porque sean buenos; son buenos gracias a que la conversación los anima y levanta. Al fin y al cabo, no importa cuál sea la programación, siempre se habla de la serie en turno.

Hay quien se pregunta con toda seriedad si las inconsistencias argumentales de Lost (y, mucho antes, las de Twin Peaks) no representan un cambio de paradigma narrativo, un viraje sin precedentes en lo que entendemos por contar una historia. De ahora en adelante, aseguran, las historias se sostendrán más sobre giros inesperados que sobre el desarrollo dramático, y menos sobre la relojería del clímax que sobre la confusión deliberada de los espectadores. Pero creer que la falta de ilación se volverá la norma equivale a creer en la falacia de que un día las mentiras llegarán a ser más importantes y numerosas que la verdad. Por más que los guionistas de las grandes cadenas supongan lo contrario, no se puede fundar una religión alrededor del deus ex machina.

Acorralado por el lanzamiento de la nueva serie Flashforward, he vivido en carne propia una fractura en el tiempo —por un momento pensé que mi cerebro se desmoronaba como una figura de migajón—, y durante 137 segundos entreví mi futuro, me vi a mí mismo dentro de seis meses, pálido, desencajado, ausente, presenciando cómo todo el mundo comentaba los últimos episodios de la serie Flashforward, cómo manoteaban y alzaban la voz y se desgañitaban por resolver el misterio. Yo estaba allí, en medio de toda esa agitación más bien histérica o desesperada, como un condenado en su campana de cristal, pensando, con más desgana que un genuino afán aguafiestas, sino sería mejor que, al menos por una vez, la conversación finalmente decayera.


Publicado en la columna "Una temporada flotante" de Metapolítica.

domingo, 18 de julio de 2010

La escuela del desorden

Antifábula
Algo que comenzó al otro lado del mundo como una tormenta llega hasta nosotros convertido en un aleteo de mariposa.

Sensibilidad a las condiciones iniciales
Por enfrentarnos a lo que quizá no ha de ocurrir, introducimos una perturbación en lo que está ocurriendo.

La otra cara de la moneda
El orden, visto desde cierta perspectiva, siempre puede parecer desorden; de allí que todo desorden sea en verdad un desafío teórico.

Amuleto de la razón
La línea recta existe gracias al esfuerzo del hombre. La ha concebido, la ha trazado y poco a poco la ha insertado en la naturaleza. Y ahora se sienta satisfecho a contemplarla, como si fuera la explicación y fundamento de todo.

Equilibrio precario
La realidad no se desintegra gracias a la discordancia entre sus partes, a que cada cosa lucha contra las otras y realiza su juego para sí. Más que sostenida por alfileres, se antoja sostenida por la esgrima entre esos alfileres.

Premisa epicúrea
Debajo de toda regularidad visible yace una turbia confusión que la apuntala.

Virtud fecunda
Cierta capacidad de desorden es una de las disciplinas fundamentales del artista. ¡Pero con cuánta frecuencia se convierte en la única!

Sistemas ideales
Algunos defienden la futilidad teórica de construir castillos por el sueño de perfección y belleza que comporta. Pero en tal caso sería de mucho mayor provecho construir en el aire pechos de colegiala.

Lo temido
Las disonancias se presentan como una amenaza, ya que plantean la posibilidad de una armonía superior en que resulten necesarias.

Comportamiento errático
Incluso el vuelo de la mosca podría reducirse a una fórmula matemática, pero ello no lo volvería menos irritante.

Calma chicha
El equilibrio, al menos el equilibrio del ánimo, se antoja más bien una fase lánguida del caos.

Bola de nieve
El esfuerzo de instaurar un orden engendra a cada paso desajustes concomitantes que entonces demandarán ordenamientos sucesivos.

El prestigio de la confusión
También el enredo y lo insoluble embriagan. Me ha tocado ver a hombres retozando como cerdos en el lodazal de un malentendido.

Inercia
Un desorden que se repite, que al día siguiente nos envuelve y arrastra, ya nos parece un principio de orden.

Sin pies ni cabeza
También la incoherencia es una forma de defenderse de los ataques.

Perspectiva del bosque
El orden depende del ojo del observador. Un bosque de árboles perfectamente alineados, que fueron sembrados a distancias regulares, también es una jungla para el que se ha perdido en su espesura.

Statu quo
Lo radicalmente nuevo sería para nosotros una forma de ruido, pues sólo sabemos escuchar ecos y resonancias.

Termodinámica del estilo
La frescura del desenfado está a sólo un grado centígrado de convertirse en el frío de la equivocación.

La teatralidad del genio
¿Quién no ha desordenado a propósito su mesa de trabajo para recibir visitas?

Falsas escaramuzas
El desorden nos reta a que luchemos contra él, y así, beneficiado por nuestra injerencia, redobla su impulso.

miércoles, 16 de junio de 2010

Declaración de las Editoriales Independientes Mexicanas



La primera Feria del Libro Independiente, que reunió durante 15 días a 50 sellos editoriales mexicanos en la Librería del Fondo Rosario Castellanos, ha mostrado la vitalidad de un fenómeno editorial con gran tradición en México y ha subrayado el papel de la edición independiente como un factor decisivo para la diversidad cultural.

Una lógica concebida cada vez más desde criterios puramente comerciales ha llevado, entre otras cosas, a un proceso de concentración empresarial en el mundo del libro que pone en peligro no sólo la producción local en México, sino también la bibliodiversidad, un valor reconocido internacionalmente por instancias como la UNESCO. En contraste con esta tendencia de alcance global, las editoriales independientes se distinguen por la producción de libros concebidos para leerse, para perdurar, dirigidos a los lectores y no exclusivamente a los consumidores. Libros con espíritu de riesgo, que apuestan por propuestas diferentes, por autores y temas heterogéneos, más allá de las modas y las prisas del mercado, y que de no ser por la existencia de estas iniciativas difícilmente podrían editarse y llegar a los lectores.

La experiencia de esta primera feria pone de manifiesto la fuerza que tiene el trabajo asociativo de las editoriales independientes, y también deja en claro que lejos de desvirtuar su papel y sus propósitos, la colaboración con instituciones públicas —en este caso el Fondo— ha resultado de provecho para ambas partes, y en particular para los lectores, quienes durante los quince días que duró la feria vieron ampliado significativamente su horizonte de lectura, con una oferta de más de 1,500 títulos que no siempre encuentran los mejores espacios de exhibición y distribución.


Los editores independientes participantes en esta primera feria declaramos:

Que la cultura —y en específico el libro y la lectura— deben considerarse un eje central del desarrollo y la transformación social, y que para ello es decisivo que se tomen en cuenta los proyectos alternativos que sirven de contrapeso —y en buena medida de resistencia— al giro, a veces avasallante, hacia la uniformización y hegemonía cultural.

Que la legislación en materia cultural debe ser equilibrada y velar tanto por los derechos de autor como los del lector, garantizando el acceso al libro y a la cultura escrita, y promoviendo aquellos proyectos que enriquezcan la pluralidad y la producción local.

Que a través de programas y acciones concretas ha de compensarse la enorme desigualdad en el intercambio del libro entre México y España, así como propiciar la circulación e intercambio en el orbe latinoamericano.

Que asumimos el compromiso, compartido con las instituciones públicas, de acercar el libro a los lectores y de colaborar en prácticas de fomento a la lectura que no sigan modelos verticales y autoritarios.


Asimismo, manifestamos:

Que como un colectivo horizontal y diverso de sellos editoriales nos interesa participar en la planeación de políticas y acciones públicas que hagan del libro uno de sus ejes rectores, en las cuales se respete la identidad de las propuestas independientes.

Que nos parece urgente la colaboración entre los muchos actores que intervienen en la cadena del libro a fin de establecer y aplicar políticas públicas que promuevan y al mismo tiempo den viabilidad a la industria independiente y nacional del libro.

Que es necesario impulsar la circulación del libro independiente en condiciones de equidad, a través de una mayor y más duradera exhibición de los libros mexicanos en las librerías del Estado, a través de medidas de fomento para librerías y editoriales independientes, y de permitir una representatividad activa de estas iniciativas en las estrategias actuales de promoción de la lectura.

Que es prioritario dar continuidad, aplicar y cumplir en toda su extensión la ya aprobada Ley del Libro, con la generación de programas específicos que impidan que sea letra muerta.

Que para las editoriales independientes los cambios tecnológicos en el mundo del libro y la facilidad de acceso e intercambio digital representan una oportunidad pero también un desafío, que entre otras cosas obligan a un examen de las leyes vigentes en materia de derechos de autor y a repensar las estrategias de fomento a la lectura y la concepción misma del libro.


Por último, nos comprometemos:

A seguir enriqueciendo la bibliodiversidad con libros bien editados, audaces y diferentes, en los que se priorice la publicación de autores y géneros desatendidos pero de calidad.

A dar continuidad a los proyectos de difusión y distribución en conjunto de las editoriales, tanto a través de ferias itinerantes como de redes y alianzas solidarias, con el objetivo de lograr una mayor visibilidad del libro independiente a nivel regional y nacional.

A construir mesas de diálogo, análisis y trabajo entre las editoriales independientes y las instituciones públicas, para el diseño de una política del libro que reconozca y promueva su carácter plural y heterogéneo.

México D.F. a 15 de junio de 2010

miércoles, 26 de mayo de 2010

Feria del libro independiente

FERIA DEL LIBRO INDEPENDIENTE
50 editoriales mexicanas en el Fondo
Del 1 al 15 de junio

ACTIVIDADES
Martes 1 de junio 18:30 horas

Inauguración
Palabras de bienvenida de Joaquín Díez-Canedo

19:30 horas Mesa redonda

Dime con quién publicas y te diré quién eres…
Los autores cuentan anécdotas y experiencias de publicar con distintos sellos editoriales y desmenuzan algunas de las implicaciones de ser "fichados” por los grandes consorcios.

Jorge F. Hernández
Fabrizio Mejía Madrid
José de la Colina
Ana García Bergua
Mario Bellatin

Moderador: José María Espinasa

21:00 horas Coctel

Jueves 3 de junio 19:30 horas Mesa redonda

Edición independiente: Alto riesgo
Editores y críticos discuten sobre el tipo de apuesta de las editoriales mexicanas independientes, en busca de esclarecer el porqué de su ebullición, así como el grado de vitalidad que le imprimen al panorama libresco y analizan los retos a futuro.

Vivian Abenshushan
Adolfo Castañón
Leonardo Da Jandra
Víctor Manuel Mendiola
Rafael Lemus
Marcial Fernández

Moderador: Tomás Granados Salinas

Viernes 4 19:30 horas Mesa redonda

El libro y los derechos del lector en la era del marketing
Convertido en una mercancía más en los supermercados, pero ahora también al alcance de muchos gracias a internet, el libro se reconfigura y vuelve los ojos hacia los derechos de los lectores (y no sólo de los autores)

Luigi Amara
Alejandro Zenker
Edwin Culp
Felipe Garrido
Ilán Semo
Gerardo Jaramillo

Moderador: Nicolás Alvarado

Martes 8 19:30 horas Mesa redonda

Las políticas del libro
Se ponen sobre la mesa asuntos candentes alrededor del libro: la amenaza a la bibliodiversidad, el papel del Estado en la edición, la promoción de la lectura en un país sin lectores...

Laura Emilia Pacheco
Diego Rabasa
Heriberto Yépez
Martí Soler
Carlos Anaya
Néstor García Canclini

Moderadora: Déborah Holtz

Sábado 12 de junio De las 17:00 a las 22:00 horas

Fiesta de autores
Presencia de un importante número de autores que, además de firmar libros, se encontrarán con lectores, editores y público en general.

Martes 15 19:30 horas

Publicación del Manifiesto o Declaración de los editores participantes

20:30 horas Reconocimiento a Editorial Aldus por su trayectoria editorial

Coctel de clausura

viernes, 14 de mayo de 2010

domingo, 11 de abril de 2010

Montaigne o una Biblia pagana



Cualquier pretexto es bueno para leer a Montaigne, pero la ya no tan reciente edición de J. Bayod Brau en un solo tomo en El Acantilado, en un papel que por suerte no llega a ser tipo biblia, invita a que le rindamos culto cotidiano e irreverente pleitesía. Aunque no me convence, pese a las explicaciones aducidas en el prólogo, el título de Los ensayos en lugar de los Ensayos, presenta la novedad de que retoma la versión que Marie de Gournay, la hija electiva o amiga o “fille d’aliance” de Montaigne, editó en 1595, y no la que se impuso durante el siglo XX de la mano de Fortunat Strowski, a partir del así llamado Ejemplar de Burdeos, y además la complementa con una nutrida muestra de los diferentes estratos del texto, pues es bien sabido que Montaigne corregía y corregía su libro, a veces incluso directamente sobre las ediciones que acababan de salir de imprenta (como el propio Ejemplar de Burdeos, por mucho tiempo reputado como el más cercano a las intenciones del autor).

Muy completa y redonda pero sin la obsesión de ser exhaustiva y recoger todas las variantes, esta nueva edición es apta tanto para la lectura erudita como para la puramente hedonista, ya que esos estratos, frondosos y exuberantes como la misma prosa de Montaigne, no entorpecen la lectura, sino que le dan un aire de segundo pensamiento o incluso de vacilación o de cambio de perspectiva. Las notas al pie rara vez son ociosas y las citas explícitas en latín y griego están todas traducidas (incluye un apéndice con las célebres sentencias grabadas en las vigas de su biblioteca circular).

El papel crema característico evita los reflejos de las lámparas, a la vez que le da cierto aire antiguo, y el empastado parece estar concebido a prueba de lecturas frecuentes y apasionadas y no tanto para el respeto o la lectura por ósmosis. Si bien, dado su peso y tamaño: ¡1728 páginas!, no es un libro recomendable para la cama (ya en un par de ocasiones se me cayó de lleno en el rostro, confieso que no por sueño), tampoco está pensado exclusivamente para los cubículos de los investigadores o los escritorios, y sólo en cierta medida justifica el impulso a que encendamos la chimenea (imaginaria) y tomemos cognac en la compañía silenciosa —y deliciosa— de Michel Eyquem (el alto precio del libro, importado de España, quizá haga que nos sintamos de alguna manera condes o habitantes de un castillo). Definitivamente no es para la playa.

La traducción, también de J. Bayod Brau, además de muy cuidada es asombrosamente fluida, y uno no deja de agradecer la suerte de leer a un Montaigne muy próximo, casi de cuerpo presente aunque un tanto desfasado, quizá por voluntad propia, y previsiblemente arcaizante, en vez de, como sucede con muchas ediciones francesas que pretenden ser “fieles” al autor, en francés antiguo. Una joya.

lunes, 5 de abril de 2010

Consignas camineras

Peatones visiblemente felices por defender su causa.
Foto de Vivian Abenshushan


De un marcha repentina a favor de... ¡la marcha! (O la deambulación o el paseo o la deriva o el callejeo o la caminata.)
El sonsonete es el acostumbrado.

¡El mundo está al revés:
que reinen ya los pies!

¡Olvídate del iva,
deambula a la deriva!

¡Ebrard, la neta,
libera la banqueta!

¡La silla es tu prisión,
la calle un reventón!

¡Peatón, inmóvil,
ya deja el automóvil!

¡Que vuelva la sorpresa:
los pies a la cabeza!

Peatón, ¡cuidado!
¡Ahí viene el soldado!

¡Chilango, güevón,
conviértete en peatón!

¡La nueva ley acosa:
la tira es sospechosa!

¡Vecino camina,
tu vida contamina!

¡Becado o no becado,
lo quiero caminado!


Peatones visiblemente deseosos de ser escuchados.
Foto de Vivian Abenshushan

martes, 30 de marzo de 2010

Tres facinerosos

Foto de Pascual Borzelli

Fabre, Amara y Tizano acuden a carburantes para una perorata que devendrá en caminata ebria.

martes, 16 de marzo de 2010

Presentación de "A pie" en el DF


Viernes 26 de marzo, 7:30pm
Casa Refugio Citlaltépetl
(Citlaltépetl 25, Condesa)

Presentan: Luis Felipe Fabre,
Rodrigo Márquez Tizano
y el autor

martes, 9 de marzo de 2010

El dentista

Era una de esas consultas de rutina,
la boca abierta, la luz inquisitiva,
y el ruido del taladro
como una prefiguración del dolor.
Tal vez era mi baba burbujeando
o esa atmósfera de asepsia demencial
en que todo parece rendirse
al dios del cloro,
pero el caso es que allí entendí
de golpe (mientras un grito imaginario
hacía estallar los matraces, las jeringas,
el florero de la recepcionista),
que él no luchaba contra el sarro,
no combatía la muerte ni siquiera
bajo la forma ladina de las caries,
sino que era su sombra, su sonriente emisario:
con qué tesón sacaba brillo a los molares,
qué minuciosidad para pulir mi calavera.

sábado, 27 de febrero de 2010


A pie es un poema largo o más bien un recorrido —el montaje de un recorrido— por las calles de la ciudad de México.

En breve comenzará su caminata en librerías.

domingo, 17 de enero de 2010

Exabruptos contra la prisa

La adrenalina de la prisa está diluida en congoja.

Aun sin nada concreto que hacer, el hombre de acción ejecuta la pantomima de la prisa, pues con ella debe impresionar en primer lugar su propia imaginación.

Tanta premura quizá no se explica por el ansia de llegar, sino por la urgencia de alejarse de uno mismo.

Los artificios para ahorrar tiempo, para dominarlo, nos tienen demasiado ocupados con su sarcasmo.

Llegar tarde y tener prisa son desatinos engendrados el uno al otro.

Vivir a contrarreloj produce el espejismo de estar alcanzando logros.

La prisa introduce la negación del paisaje, o cuando menos su ubicación en el lado ciego.

A veces basta caminar con suma lentitud para alcanzar la ilusión de que hemos cambiado de camino.

La prisa ha consagrado la moral de la línea recta.

¡Qué lejanas esas épocas en que las distancias se medían por la duración de la pipa del caminante!

Dar rodeos es una forma concupiscente de postergar el desencanto.