domingo, 9 de octubre de 2011

Salto mortal

Suele pasar:
alguien admira sus libros
y entonces muere por dar
el salto mortal hacia la cama.
En su momento, así era
a diario con Henry Miller,
de cuando en cuando con Camus,
incluso tipos como Bukowski
se volvieron irresistibles.

Tal vez no cuente, pero yo
he fantaseado a menudo
con Sylvia Plath, sus pantorrillas aún
de colegiala, corriendo por la playa
de Cabo Cod, el viento
que agita su corte de pelo inocente
mientras yo desabrocho
su blusa demasiado abotonada.

El hechizo se rompe
cuando apoyamos juntos la cabeza
en la plancha del horno.