jueves, 20 de septiembre de 2012

La escuela del aburrimiento (dos fragmentos)


Un par de fragmentos de La escuela del aburrimiento (Sexto Piso, 2012): el arranque del libro y un inciso sobre el punk.


Un día encontré al aburrimiento echado en mi sillón, las manos detrás de la cabeza, desparramado a sus anchas. Estaba allí, se diría que esperándome, aunque en realidad no parecía esperar ya nada de nada. Me miraba fijamente, sin curiosidad, sin emoción, y yo en cambio no podía sostenerle la mirada. Lo eludía y más bien me comportaba como si él no estuviera allí, en mi propio sillón, con esa pinta desenfadada de inquilino incómodo, con ese aire de desafío que adoptan los que ya no piensan irse nunca de la casa.
Aunque se había apoderado de mi habitación, lo que más me desconcertaba era no conseguir mirarlo de frente; había algo en su presencia bostezante que me hacía sentir un intruso; algo en sus facciones, en su manera insistente y hueca de mirar, me arrastraba hacia un extraño abismo de somnolencia, atormentándome con la pregunta “¿para qué?” Incapaz de convivir con él, pasaba la mayor parte del día fuera de mi departamento. Vagaba por las calles sin ninguna dirección, del mismo modo intranquilo y sediento con que Louis Aragon iba a la deriva por un París que empezaba a derrumbarse. Entraba a un café y, al cabo de unos minutos, me salía; visitaba un museo: me salía; compraba un libro: lo dejaba. Podría haber incluso asesinado: ¿para qué?; también podría haberme matado: desistía. Al rato entraba simplemente a otro café. Es posible que hubiéramos intercambiado papeles y, abriendo y cerrando puertas sin curiosidad, abandonando planes sin motivo alguno, me hubiera convertido en el Espectro Errante del Aburrimiento. Probablemente para entonces mirara a la gente en la calle con la misma distancia inquisitiva que él me regalaba en todo momento.
Como estaba claro que no tenía intenciones de marcharse y ya en el sillón se había marcado su contorno, la tibia insolencia de su peso, decidí probar a hacer su retrato. De esa manera —pensé—, me obligaría al menos a mirarlo de frente. Tal vez la misma tarea de pintarlo, de ensayar toda clase de bocetos del natural, sería una forma de contrarrestarlo, de hacer que desapareciera; quizá de ese modo su figura odiosa se trasladaría al papel en una suerte de conjuro.
Tengo que reconocer que no se ha ido. Tengo que reconocer que, como un hábil y silencioso extranjero, se ha establecido en mi cerebro con la misma desfachatez que antes desplegó en mi sofá. Y tal vez porque ya habíamos intercambiado papeles descubrí que en el retrato, en ese retrato obsesionante y maléfico, que me hacía bostezar continuamente y al mismo tiempo me quitaba el sueño; en ese retrato con el que fastidiaba a medio mundo, con el que empantanaba cualquier conversación y que al final del día terminaba por doblegarme, por hundirme en un estado plomizo y fúnebre; en ese retrato acaso del todo imposible, que ya antes otros intentaron sin demasiado éxito, quizá porque se requiere de mucho talento para pintar el vacío, o quizá porque en este caso el modelo se mueve demasiado poco y acaba por contagiarnos su desgana, su hastío, su sopor; en ese retrato, decía, descubrí que fue apareciendo mi rostro.

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Viejos discos de punk

Estoy encerrado en mi habitación, leyendo los Pensamientos de Pascal y escuchando a todo volumen viejos discos de punk. La música o, mejor dicho, ese largo grito apenas articulado que parece desplegar su propia destrucción o invocarla, ese estrépito que sale de las bocinas como un reclamo de anarquía y negación, esas guitarras abrasivas, esa melodía imposible, hecha de cosas derrumbándose, que pregona el trastornamiento de los valores, me parece que contiene toda la furia del aburrimiento, toda su rabia cautiva y espumosa, y de pronto la música retumba en mis oídos como una exacerbación infernal del bostezo.
Al escuchar a las Slits, un grupo de chicas peligrosas que Greil Marcus señala como uno de los momentos más ácidos del punk, creo entender que, más que una arcada, más que la convulsión de la náusea, el punk fue una forma extrema de hacer audible el bostezo: la respuesta de unos jóvenes aburridos e intransigentes ante una sociedad que los había condenado al borde de la inacción; la respuesta descarnada —muchos de ellos hubieron de desaprender a tocar sus guitarras eléctricas para alcanzar mayor estridencia— frente a una sociedad que les exigía no ser nada, nada al menos distinto de un espectador o un consumista.
Cuando termina la canción “A Boring Life” [Una vida aburrida] de las Slits, después de que los últimos acordes (¿pero se puede llamar a acordes a esto?) retiemblan en las paredes de mi habitación como un estribillo del fin del mundo que contrasta con la prosa refinada de Pascal (una prosa en la que, sin embargo, es fácil advertir cierta impaciencia y también a veces estruendo), me parece entender que el punk, con sus percusiones primitivas y su compromiso con el caos, no fue sino la manera de devolverle a la sociedad, con toda la alharaca y la insolencia al alcance de sus pelos pintados, el aburrimiento salvaje que esa misma sociedad les prometía.
Quien confunde el aburrimiento con la atonía y la pasividad, con un cuadro no del todo alarmante de distimia, y casi nunca con el sabotaje o la insatisfacción, es seguramente porque no ha prestado demasiada atención al punk. Porque no ha percibido que, además del polvo de la apatía, hay cierta pólvora que se arremolina durante las horas muertas.

El tedio de las tardes dominicales, que arrastró a De Quincey al opio, dio también nacimiento al surrealismo: horas propicias para la fabricación de bombas. (Connolly)
 
Quito el disco sin título ni portada de las Slits (un disco que según algunos se llama Érase una vez en una sala de estar, pero que también pudo llamarse, por su explosión feroz e impaciente, Érase vez en una sala de espera) y pruebo a hacer una lista de los grupos que cantaron al aburrimiento desde el aburrimiento mismo, desde ese estado anímico en que se interrumpe la inercia de creer en el futuro: “No hay futuro no hay futuro no hay futuro para ti —aullaban los Sex Pistols—; no hay futuro en el sueño de Inglaterra / no hay futuro para ti no hay futuro para mí / no hay futuro no hay futuro para ti.” Los Buzzcocks con su estupendo “Boredom” [Aburrimiento] del lado B de Spiral Scracht; Iggy Pop con su “I’m bored” [Estoy aburrido], canción en la que se declara “el presidente de los aburridos” (sé de muchos que le disputarían ese título); los Sex Pistols nuevamente, llevando hasta sus últimas consecuencias la canción de los Stooges, “No fun” [No es divertido]. El bostezo convertido en estridencia y desplante, en conflagración y náusea. La extraña cercanía entre la arcada y el bostezo.

(El libro se puede comprar aquí.)

miércoles, 5 de septiembre de 2012